El compresor se convierte en una herramienta indispensable cuando queremos mantener bajo control el rango dinámico de nuestra señal, además de desempeñar la labor de contener ciertos picos y subidas repentinas que deseamos que no "canten" demasiado al oído. El objetivo es reflejar la sensación psicoacústica que un instrumento transmite en vivo. Y por qué se pierde esa sensación de fuerza al capturar una señal (instrumento, voz, etc)??? Pues esto se debe a que la cadena de audio no “escucha" de la misma forma que nuestro sistema auditivo. A lo largo de los años, el dispositivo oído/cerebro humano ha ido evolucionando e incorporando ciertos gadgets a su funcionamiento, que lo han ido convirtiendo (la evolución no cesa) en un sistema auditivo cada vez más depurado y eficiente en el día a día. Sirva como ejemplo nuestra adaptación a separar la voz original de las reflexiones o ecos, cuando nos encontrábamos en la edad de las cavernas; o la compresión natural que el cerebro realiza cuando el oído es sometido a fuertes niveles de presión sonora. Pero para no entrar en demasiados detalles sobre el funcionamiento de nuestro sistema auditivo, pasemos directamente a lo que nos interesa en este caso. Aclarar en la medida de lo posible el por qué se hacen necesario los compresores en el terreno del audio musical.
El decibelio (dB) es una medida relativa de presión sonora. La forma de escuchar de nuestro oído es logarítmica o exponencial, como queráis llamarlo, en vez de lineal. Para que entendáis este principio, decir que doblar el volumen de una señal no significa multiplicar su medida en decibelios por 2, sino que “simplemente” con aumentar 3 dB´s la señal, ya tenemos el doble de presión sonora (aclarar que doblar una señal idéntica supone unos 6 dB de ganancia, y que 3 dB hace referencia a fuentes que no son iguales).
Tendremos en cuenta que 0 dB´s significa silencio para nosotros, ya que se considera el umbral a partir del que empezamos a percibir sonido, y consideraremos 130 dB´s aproximádamente, como el techo que nuestros oídos soportan. Para los animales, esta escala no serviría, ya que nuestro silencioso 0 dB puede resultar “ruidoso” para un gato o un perro, y su punto de partida seguramente se encuentre bastante más abajo.
En este capítulo no profundizaremos mucho en el uso de los compresores, ni en los parámetros que los gobiernan, para dedicarnos de momento a intentar comprender el cuándo y el por qué usarlos.
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